Un nuevo mundo

No. 01/15

Desde tiempos ancestrales, el hombre se reúne para comunicar los hitos de su existencia y compartirlos con los semejantes de su porvenir. En suma, celebrar la vida.

La celebración humana de la vida hemos convenido en denominarla «festival»: durante un período de tiempo y un lugar acotado, una concentración de individuos elige una muestra de su existencia para compartirla, para comunicarla y en definitiva, para ponerla a prueba. Durante unos días, un grupo de semejantes centran su atención en lo importante, lo placentero o lo desconocido. Miran al cielo y deciden alabar el Sol, la Luna, el Viento y la Lluvia. Miran al suelo y festejan la Tierra, el Agua y el Fuego. Se miran a sí mismos y, en la diversidad de sus acciones cotidianas, seleccionan instintivamente aquellas que realmente les hacen felices para celebrarlas.

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Solsticio de Verano en Stonehenge, Wiltshire, GB

Y es que existir implica un cierta e incesante lucha. Pertenezcas a la especie que pertenezcas, debes cumplir con las expectativas que marca la ley escrita en los genes. Desde la primera célula, el programa exige interrelacionarse con el espacio circundante para crecer y multiplicarse. De ahí que vivir signifique, desde el origen de los tiempos, movimiento, cambio, mutación. Probar, equivocarse y morir. Otra vez probar, acertar y entonces, transformarse en otra cosa. Cada éxito, por pequeño que haya sido, re-escribe el mapa genético impreso en los sucesores que asegura la supervivencia y renueva la vida.

Llegaron tiempos en los que a los hombres, la evolución natural, aleatoria, darwiniana, nos supo insuficiente. Encontramos en nuestras manos un instrumento para crear objetos, máquinas con las que avanzar más rápido que el resto de las especies. Hacíamos cosas que nos permitían cambiar el mundo a nuestro antojo y maravillarnos ante nuestros propios aciertos. Y tanto fue así que decidimos contarlas alrededor del fuego o pintarlas en las paredes temerosos de que cayeran en el olvido. Convocamos a nuestros vecinos para enseñarles nuestros pequeños avances poniéndole emoción a los encuentros con ritmos y voces.

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Derviches Giróvagos durante la danza de la Sema, Konya, Turquía

En los festivales nos hemos inspirado, hemos aprendido… hemos copiado. Porque en esta pesquisa colectiva por lo que más nos ha gustado de uno o de otro, subyace la ley de la selección natural. Como sistema, las batallas ganadas por unos pocos expanden las fronteras para todos. Para seguir corriendo más rápido que la evolución darwiniana. Para que, a través de la tradición oral, la literatura o el arte, seamos más listos que el hambre.

Festivales del mundo: celebrad la diferencia de las minorías, poned el foco en lo pequeño; iluminad los estrechos caminos que llevan a universos nuevos; traednos a casa nuevas historias que contar; convocad a los exploradores, a los raros, a los locos; luchad contra la letal monotonía que nos lleva a la extinción.

¡Y mirad al cielo de nuevo! Muy pronto, este mundo se nos quedará pequeño.