Una ciudad es un patchwork infinito de gente y de lugares. La ciudad perfecta abona este jardín para que las empresas puedan crecer y sus ciudadanos prosperen.
Una buena ciudad necesita unas dosis justas de planificación, infraestructuras y liderazgo, que deben ser articulados por una visión clara. Sin embargo, esta visión no empieza ni termina en la mesa de trabajo del alcalde. La ciudad perfecta cree en sus ciudadanos y les da las piezas de construcción para crear la metrópolis en la que quieren vivir, no la ciudad en que les dicen que deberían vivir.
Diego Rivera: The Detroit Industry—North Wall [detalle], 1932–33. Detroit Institute of Arts, Detroit, EE.UU.
El verdadero motor de este crecimiento de abajo arriba son los propios ciudadanos. Vecinos movidos por el deseo de mejorar su ciudad y no sólo el de enriquecerse, y las mejoras pueden adoptar muchas formas: un producto nuevo, un servicio inteligente o una idea sencilla si bien potencialmente revolucionaria. Los emprendedores que abrazan estas formas son los verdaderos observadores de la ciudad, y su impulso imbatible necesita ser animado, no restringido.
En la ciudad perfecta, el gobierno municipal no se limitaría a hablarles de boquilla a estos «emprendedores» para promover sus credenciales económicas pre-electorales, sino que incluso las favorecería con una burocracia de apoyo que redactase leyes y reglas de sentido común. El marco legal y normativo ideal debería regirse por el deseo de ayudar, no entorpecer. Y esto requiere un oído dispuesto, no un dedo acusador.
Las ciudades se pueden gastar millones en la revitalización de los espacios públicos y la limpieza de las calles, pero ¿de qué sirve una calle limpia si todos los escaparates están tapados?
Diego Rivera: The Making of a Fresco Showing the Building of a City [detalle], 1931. SFAI~San Francisco Art Institute, San Francisco, EE.UU.
La ciudad perfecta no sólo retaría a sus habitantes a ser ambiciosos sino que los premiaría por atreverse a convertir estos sueños en realidad.
Una ciudad cuya visión del futuro estuviese indeleblemente unida a su propio talento: imaginemos eso.