La ansiada «ciudad ideal» existe allí donde la perfección y el cambio no son enemigos sino aliados: prueba, yerra y continúa escribiendo su historia con lo que, entonces, funciona.
Imaginar la perfección es una tarea imposible. El mero reto de escribir sobre la «ciudad ideal» ha provocado tal sobreexcitación cerebral que, tras varios días, no he llegado a ningún pensamiento propiamente ordenado. Y es que hay ciertas palabras o «expresiones-espejismo» que incitan al bloqueo. Quizás se deba a ese anhelo de perfección que en ocasiones persigue el hombre lo que induce a la parálisis ante la repentina consciencia de sus limitaciones. Pero ¿acaso no está la vida llena de imperfecciones? Como decía Edgar Allan Poe, «no hay belleza exquisita sin rareza en las proporciones».
Fideas [?]: «Poseidón, Apolo y Artemisa, friso este panel VI», Partenón, ca. 442 a.C. Acropolis Museum, Atenas
Viajar y mirar el mundo es necesario —en ello es donde siempre he encontrado grandes momentos de inspiración—. Pero al regresar a tu ciudad algo parece no encajar: todas esas cosas físicas o inmateriales que te han seducido en otros lugares no crees poder afirmar si realmente funcionarían en aquél donde vives; por el contrario, y con la mirada del recién llegado, se te hace más presente aquello que de verdad sobra, cosas que nunca debieron ser o que ya, desde luego, no vienen a cuento. Entonces suele sobrevenir ese momento de parálisis, de la ansiosa búsqueda de lo perfecto y no hallarlo.
Leonardo da Vinci: El hombre vitruviano, ca. 1492. Gallerie dell’Accademia di Venezia, Venecia, Italia
Michelangelo: Schiavo che si desta, ca. 1519–36. Gallerie dell’Accademia di Firenza, Florencia, Italia
¿Cómo abordar los cambios y no acabar provocando otra catástrofe mayor? En su intervención TED, Janette Sadik-Khan explica como, durante su vinculación al Departamento de Transporte de la ciudad de Nueva York, propuso solucionar los problemas de movilidad con atrevidas intervenciones bajo la premisa de la temporalidad: que fuese barato y reversible. Corregir problemas con el método de «prueba y error», con el fin de consolidar solo lo que de verdad funcione.
Olvidemos la arquitectura espectáculo y miremos nuestras ciudades con ojos de escultor renacentista: quitar lo que del bloque de mármol sobra hasta obtener una figura. Corrijamos los errores del pasado, pensemos en la gente y su deseo de ser feliz en lo pequeño. Porque salvo excepciones, aquellos que imaginaron las cosas que hoy tanto nos gustan, quizá no sabían muy bien lo que estaban haciendo.