De genes y supervivencias

No. 02/15

He aquí mi reconocimiento a algunos de los iconos de la resistencia, héroes y villanos que con el gen agrario consiguieron forjar —o aniquilar— la leyenda citizen.

La vida evoluciona —y perpetúa su dignidad— a raíz de ese binomio natural del que forman parte por igual, héroes y villanos. Algunos como Da Vinci, Che Guevara, Fleming, Gandhi o Napoleón, nacieron en familias acomodadas y nadie puede cuestionar su legado. Otros muchos, en cambio, se criaron en pequeñas granjas, extensos campos de cultivo o tribus. Ellos simbolizan la supervivencia, llevan el gen agrario dentro de sí y son los auténticos forjadores —o destructores— de la leyenda citizen.

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Mandela en la celda donde permanecería encarcelado durante 27 años por su oposición al régimen del Apartheid, 1994. Fotografía: David Turnely

Pensemos en Nelson Mandela (1918–2013), para quien sus 27 años en prisión tras ser condenado por traición, su posterior victoria en las elecciones generales de 1994, o aquella sabiduría suya con la que procesó el deporte como una herramienta infalible para reconciliar a los enemigos, le sirvieron para convertirse en una de las personalidades más influyentes de nuestro tiempo. Y todo comenzó en el pueblo de Mvezo, en el seno de una familia que nunca había pisado la escuela, en medio de una tribu anclada en viejas costumbres y rodeado de una superficie estéril que no le iba a brindar ninguna oportunidad para subsistir. Rolihahla, como fue bautizado —no recibió su nombre hasta que una profesora se lo puso—, luchó para conseguir una «ciudad democrática en la que todas las personas vivieran en armonía y con las mismas oportunidades». Aquellas tierras inertes vieron nacer a uno de los mayores arquitectos de la paz de la historia, Madiba, quien impulsaría la definitiva abolición del régimen del Apartheid.

Walt Disney en la presentación de Disney World en Orlando, 1965. Fotografía: Orlando Sentinel

Y por qué no hablar de Walt Disney (1901–1966), nacido en una de las muchas granjas que proliferaban en torno a un Chicago en la fase más brutal de su industrialización. A la edad de 10 años, el gran genio de sueños animados se dio cuenta que las labores que realizaba su padre en la finca no le depararían un futuro próspero. Y fue así como comenzó a compatibilizar sus estudios con el reparto de periódicos y octavillas locales. Por supuesto, su ascenso estuvo no lleno de pocos fracasos hasta que aterrizó en Hollywood con Alicia en el País de las Maravillas y poco más de 40 dólares en sus bolsillos. Su popularidad se disparó y poco después llegaron Mickey Mouse y el imperio Disneyland. Sin embargo, aquel hijo del granjero que acabó convertido en un gran magnate, nunca olvidaría sus raíces y, en cada boceto, en cada película, dejaba rastros, guiños, a los animales y a los árboles, los grandes amigos de su infancia en el campo.

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Pablo Escobar con su hijo en Medellín, 1980

O de Pablo Escobar (1949–1993), sí, ese mismo, «El Patrón». Hijo de un campesino y de una maestra rural, trabajó desde su niñez en diferentes tareas agrícolas, desde la cría de vacas hasta el cultivo de verduras, una extracción humilde que condicionaría el resto de su vida. Empeñado en proporcionar a los suyos un futuro mejor, pronto inició su trayectoria delictiva que le llevaría a convertirse en el jefe del Cartel de Medellín. En la década de los ochenta, y aprovechando la violencia existente en las calles entre las guerrillas revolucionarias y los paramilitares, fundó todo un «imperio de la droga» sobre el que circulaban tanto la sangre como las obras benéficas: mientras asesinaba a sus más directos competidores, construía casas para los desfavorecidos y campos de fútbol para los niños de los suburbios. Arrinconado por las fuerzas armadas, fue abatido de un disparo en el corazón en el tejado de su casa. Desde ahí se alcanzaba a ver el huerto que el criminal había plantado en honor a sus raíces.