Decía George Bernard Shaw que «no hay amor más sincero que el que sentimos hacia la comida». Y ya que la ciudad es el propicio escenario para compartir, comamos juntos.
Las ciudades crecen, crean nuevos espacios donde el individuo busca cada vez más estímulos. Porque en este ansia por estar en continua conexión los unos con los otros, demandamos más experiencias que nos asombren para decir, mediante una «foto», un «tweet» o «colgarlo en nuestro muro», que «yo estuve allí». Y es que parece que ya no es válida la clásica fórmula en el que el actor está a un lado y el espectador al otro: definitivamente, los acontecimientos parecen decir que necesitamos sentirnos parte del show y el devenir de los acontecimientos.
Pieter Brueghel «El Viejo»: La boda campesina, ca. 1568. Kunsthistorisches Museum, Viena
Constantemente celebramos nuestros momentos de ocio saliendo a almorzar o a cenar, o simplemente comer. Ese simple, por básico, acto, puede llegar a ser un acto íntimo, de disfrute y complacencia de los sentidos, de asombro y despertar nuestra capacidad de descubrimiento. Pero también es un acto social, un auténtico canal de comunicación. Es un momento del día donde la comida se convierte en el conducto vehicular de las relaciones humanas…, y alrededor de ella reímos, lloramos, amamos, participamos de algún que otro drama y nuestros oídos se hacen cargo de otros tantos secretos… En definitiva, compartimos.
De todas las nuevas tendencias que se generan en las principales ciudades del mundo, sin duda la Gastronomía se ha convertido en una de las grandes protagonistas. El acto de comer ha pasado de ser ese acto social y de comunicación a convertirse en, a veces, un momento inspirador, una experiencia en sí misma. La búsqueda de sensaciones es el nuevo leitmotiv desde que entramos por la puerta de un restaurante. Elementos como la decoración, la iluminación o la selección musical han sido siempre factores determinantes a la hora de crear el ambiente perfecto. Hoy, en cambio, el reto incorpora nuevos ingredientes.
Juegos y sorpresas que nos hacen participes de la experiencia a través de espacios inusuales, cambios de mesa en mitad de la comida, proyecciones de videoarte, aromas y colores cambiantes en la sala. Sobre el plato, formas y texturas desconocidas, mezclas insospechadas devenidos de exóticos ingredientes —muchas veces, con nombre imposible de memorizar—. Éstas son las nuevas piezas con los que los cocineros nos inducen a jugar.
Edward Hopper: Noctámbulos, 1942. The Art Institute of Chicago, Chicago, EE.UU.
Experimentemos. Viajemos. Descubramos, a través de la comida, un nuevo mundo. Invitemos a cambiar las costumbres en las mesas, los alimentos y cómo nos relacionamos con ellos. Compartamos a través de estas nuevas experiencias culinarias y, sobre todo, perdámonos en nuestra olvidada capacidad de asombro.
Y es que como decía George Bernard Shaw, «No hay amor más sincero que el que sentimos hacia la comida». Así pues, comamos juntos.