El consumo de productos locales es una buena práctica medioambiental que nos acerca a alimentos de calidad y asegura modelos productivos sostenibles.
«[…] La hermana mayor fue al campo a visitar a la hermana menor. La mayor estaba casada con un comerciante de la ciudad, en tanto que la menor con un campesino del pueblo. Mientras las hermanas se sentaban a conversar tomando su té, la mayor empezó a ensalzar las ventajas de la vida en la ciudad, hablando de qué tan cómodamente vivían ellos allá, qué tan bien vestían, qué tan buena ropa llevaban sus hijos, cuántas cosas buenas comían y bebían y cómo ella iba al teatro, a paseos y a entretenimientos.»
Ilya Repin: Lev Nikoláievich Tolstói en la tierra de labranza, 1887. Tretyakov State Gallery, Moscú
«La hermana menor se sintió provocada y, a su vez, criticó la vida del comerciante y se puso a defender la del campesino.
«‘No cambiaría mi forma de vivir por la tuya’, dijo. ‘Puede ser que vivamos toscamente, pero por lo menos no padecemos ansiedades. Tu estilo de vida es mejor que el nuestro, pero aunque a menudo ganan más dinero del que necesitan, es probable que pierdan todo lo que tienen. Ya conoces el proverbio, Perder y ganar son hermanos gemelos. A menudo sucede que la gente es rica un día y mendiga su pan al día siguiente. Nuestro estilo es más seguro. Aunque la vida del campesino no es fácil, sí es larga. Nosotros nunca seremos ricos, pero siempre tendremos suficiente que comer’. […]»
—¿Cuánta tierra necesita un hombre?, León Tolstói, 1886
Mikhail Vasilyevich Nestorov: León Tolstói en Yásnaia Poliana, 1907. The Tolstoy Museum, Moscú
Parece que el debate campo–ciudad no es exclusivo de nuestros días. Tolstói experimentó intensamente con esta dicotomía durante toda su vida, llegando incluso a renunciar a los privilegios de su linaje para mezclarse con los campesinos y vivir como uno de ellos.
¿Quién no ha expresado alguna vez su deseo de retirarse al campo, bien sea para disfrutar de una existencia contemplativa en comunión con la naturaleza o incluso para cultivar sus tierras y retomar los antiguos oficios ligados al medio rural? Y es que a ojos de cualquier «urbanita», el campo se ha convertido en el nuevo «Edén», la «tierra prometida» que nos garantiza una vida saludable y sin el que no se entiende la ciudad: la mayoría escapamos en alguna ocasión al campo como algunos peces salen a la superficie para atrapar un poco de aire puro.
llya Repin: Los visitantes inesperados, 1888. Tretyakov State Gallery, Moscú
Este contacto breve pero necesario con el contexto rural ha favorecido el calado de los mensajes que desde hace años empiezan a tomar fuerza en relación a la protección y el cuidado del medioambiente. A día de hoy parece incuestionable nuestro deber y responsabilidad individual de preservarlo. Lo que quizá no esté tan asumido es que el campo es una realidad de la que viven muchas personas que, como Tolstói, decidieron o bien no abandonarlo, o bien retornar a él para quedarse: el campo que disfrutamos los «urbanitas» en nuestro tiempo de esparcimiento es el resultado del trabajo incansable de agricultores, ganaderos y demás productores.
Proteger el campo, por tanto, es también apoyar los oficios que lo hacen fértil, y, en última instancia, consumir sus frutos el estadio en el que más activamente podemos contribuir desde la ciudad: el consumo de productos locales es una buena práctica medioambiental, que además tiene la ventaja de acercarnos a alimentos de calidad y asegurar modelos productivos sostenibles.