La relación entre la Administración y la Ciudadanía debe ser recíproca: no solo velará por el cumplimiento de nuestros deberes sino por la protección de nuestros derechos.
En las ciudades del siglo xxi parece que apenas disponemos de tiempo para cumplir con nuestra rutina diaria: trabajo, familia, quizás practicar deporte y, si es posible, compartir un momento de ocio con los amigos… Por eso, los ciudadanos preferirían que sus encuentros con la todopoderosa pero necesaria Administración, fueran, ante todo, fluidos.
Girogio de Chirico: L’enigma de una giornata no 2, 1914. MAC~Museu de Arte Contemporânea da Universidade de São Paulo, Brasil
Esto no significa que los habitantes de una ciudad vivan su relación con la Administración en constante confrontación; de hecho, la Administración, y especialmente la local, se hace presenten en el día a día de forma… casi natural: desde la limpieza y recogida de basuras de las calles, hasta las instalaciones deportivas o servicios a la tercera edad, pasando por los transportes públicos… Después de todo, para eso están los impuestos.
Sin embargo, son demasiadas las ocasiones en las que la Administración parece ser la última en darse cuenta de ello, siendo su principal preocupación el que la Agencia Tributaria disponga de los medios necesarios en su objetivo por hacer cumplir las obligaciones fiscales. Parece justo entonces que, a cambio, podamos exigir de ellas un cierto nivel tanto de la calidad de los servicios que ofrecen como en el modo en que se relacionan con nosotros.
Piero della Francesca [?]: Città ideale, ca. 1470. Galleria nazionale delle Marche, Urbino, Italia
Empresas como la aerolínea KLM han situado las redes sociales en el centro de sus trabajos de atención al cliente por la sencillez y la comodidad que suponen para los ciudadanos, además de la facilidad que les ofrece para ser atendidos rápidamente, resolver sus dudas o ser re-dirigidos al servicio adecuado. ¿Cuándo podremos esperar algo así entre las administraciones locales?
Por otra parte, la existencia de menos normas y, a ser posible, más claras, ayudaría, por ejemplo, a la puesta en marcha de un proyecto en un periodo de tiempo razonable y sin suponer por ello una excesiva carga para la economía individual —desde luego esto también facilitaría el trabajo de la propia Administración que podría velar de forma más eficaz por el cumplimiento de la normativa y por tanto, la seguridad de todos—.
Una mayor atención al derecho comparado —especialmente al anglosajón— y a las experiencias innovadoras que se ponen en marcha en otras ciudades más dinámicas, sin duda nos acercarían a este ideal.