Las ciudades del futuro

Ismaïl Serageldin

Cómo debemos configurar la ciudad y sus instituciones es algo que hemos estado debatiendo desde que aparecieran las primeras aglomeraciones urbanas junto al Nilo hace miles de años. Tras las fallidas creaciones de arquitectos o los diseños conceptuales e irrealizables de urbanistas, en la actualidad, pocos son los que muestran contento por la ciudad que habitan. El núcleo de densos sistemas de interacción humana en el que se efectúan a diario millones de transacciones económicas, sociales, políticas y culturales, debe ser el escenario donde no solo el pasado y el presente convivan, sino donde demostrar nuestra capacidad de inventar el futuro.

Joris Hoefnagel: «Mapa de Alejandría», en Civitates Orbis Terrarum, ca. 1573. George Braun & Frans Hogenberg, Zúrich

La ciudad: locus de diversidad, centro de creatividad humana y base del bienestar material de la humanidad. Pero cómo debemos configurar la ciudad y sus instituciones es algo que hemos estado debatiendo desde que, hace miles de años, aparecieran las primeras pequeñas aglomeraciones urbanas junto al Nilo y otras cuencas hidrográficas.

El mundo antiguo contaba con ciudades poderosas, desde Tebas —actual Luxor— en Egipto, hasta Alejandría y Roma, pasando por Atenas; ciudades cuyos nombres todavía hoy despiertan nuestro asombro y admiración. Londres, Nueva York y París no tardarían en captar el espíritu de la Revolución Industrial con todas sus consecuencias: ellas nos mostrarían la miseria y la pobreza que acompañaban la apariencia y el brillo, y nos recordaría la otra cara de la moneda que nuestra imaginación no quiso reconocer.

Templo de Luxor, antigua ciudad de Tebas, Egipto

Patio & Piramides de I.M. Pei en el musèe du Louvre, París

Desde La República de Platón y Utopía de Tomás Moro añoramos una sociedad más perfecta que continuamos buscando en el regreso a un pasado místico, bucólico, o en el poder de las nuevas tecnologías. En cambio, galvanizados por nuestros sueños o motivados por necesidades económicas, seguimos nuestra carrera precipitada hacia la urbanización. Hoy en día, más de la mitad de la población vive en ciudades y casi todo el resto le seguirá dentro de poco.

Sin embargo, no estamos contentos con nuestras ciudades y soñamos con el futuro… Algunos nos avisan de distopías en novelas como Nosotros, 1984 o Fahrenheit 457, mientras que otros quieren crear utopías. Los diseñadores de la ciudad perfecta del futuro tendieron en general a seguir dos líneas de actuación. Una era unir la naturaleza con residencias individuales de propiedad privada, y después con el coche —desde las Ciudades jardín de Ebenezer Howard hasta Broadacre City de Frank Lloyd Wright, los precursores del ideal del sueño americano de la vida en los suburbios—. Otra era concebir el futuro de la vivienda como edificios de apartamentos con algún rascacielos, estructuras gigantescas levantadas sobre enormes zonas de césped y aparcamiento —desde Ville Radieuse de Le Corbusier hasta las ciudades periféricas o «edge cities» de Joel Garreau, que describen la evolución post-suburbana del espacio comercial y los centros significativos americanos—.

Ebenezer Howard: «Garden City no 2», en Garden Cities of Tomorrow, 1902. S. Sonnenschein & Co., Londres

Frank Lloyd Wright: Maqueta de Broadacre City, 1934–35. The Frank Lloyd Wright Foundation Archives, Nueva York

Fuera de estas dos visiones principales, hubo otras que diseñaron megaestructuras gigantes en las que formas de gran complejidad proporcionarían espacios reglamentados para todas las actividades que pudieran emprender los residentes, demostrando el triunfo de la forma sobre la función que seguimos encontrando hoy en día en muchos de los proyectos diseñados por alumnos de arquitectura. Unos pocos querían configurar las ciudades como sistemas metabólicos en los que más reciclaje reduciría residuos y consumiría menos por unidad de producción. Demasiado pocos han diseñado visiones de centros urbanos regenerados gracias a paseos peatonales y a espacios interactivos a escala humana. Casi ninguno de estos urbanistas ha invertido tiempo en reflejar el tipo de persona que estos proyectos acogería, o el tipo de sociedad que crearían.

En efecto, muchos de aquellos que relataron o proyectaron ciudades futuras, fuesen distópicas o utópicas, se refugiaron en la tecnología: rascacielos brillantes, coches voladores, y fábricas invisibles y limpias dirigidas por máquinas gestionadas en oficinas impresionantes situadas en los mismos rascacielos, la apoteosis de la tecnología, la producción y el consumo.

Ridley Scott: «Los Angeles, 2019», Blade Runner, 1982

Sueño con ciudades que son constructos orgánicos que evolucionan y cambian pero que conserven su carácter esencial. Ciudades que se articulan alrededor de espacios y edificios icónicos que crean «una sensación de lugar» que hace que cada emplazamiento sea único. Las ciudades con las que sueño son creaciones humanísticas donde los edificios están diseñados para las personas y sus necesidades idiosincrásicas, y la tecnología está entreverada en el propio tejido urbano para servir las necesidades de los residentes, reciclar los residuos y proteger el medioambiente. Ciudades donde la energía del sol es aprovechada y la contaminación de la tierra es reducida al mínimo. Ciudades donde el agua y la comida son tan frescos y limpios como el aire que respiramos. Sueño con ciudades en las que la optimización de los sistemas que sirven a nuestras necesidades están incrustada en las estructuras que construimos y las máquinas con las que interactuamos diariamente. Pero sobre todo, sueño con ciudades conectadas al mundo entero y que celebran la diversidad cultural y el cosmopolitismo, promueven la creatividad y responden al sentido estético de las personas y a su necesidad de interactuar de manera constructiva entre ellos. Donde la justicia y la ecuanimidad aseguran la dignidad para todos. Ciudades donde la solidez de nuestros diseños y de nuestro gobierno es medida por la condición de nuestro ciudadano más débil y más pobre. Ciudades donde, según Gandhi, no habrá «Política sin principios. Riqueza sin trabajo. Comercio sin moralidad. Placer sin consciencia. Educación sin carácter. Ciencia sin humanidad. Adoración sin sacrificio.»

Pues la ciudad no es sólo una creación física de arquitectos y constructores, o el diseño conceptual de urbanistas, sino que es, sobre todo, el núcleo de densos sistemas de interacción humana en que se efectúan millones de transacciones económicas, sociales, políticas y culturales cada día. No es solo donde el pasado debe sobrevivir y el presente progresar, sino el territorio donde debemos inventar el futuro. Así que, creemos ciudades que promuevan la diversidad y la creatividad para inventar para el mañana lo que hoy es todavía inimaginable.