Si analizamos los Diez Principios de Burning Man, no encontraremos una igualdad radical, porque nuestra ciudad, Black Rock City, siempre ha sido un lugar donde viejos y jóvenes, ricos y pobres, pueden vivir y tener intereses comunes. La palabra que lo define es «camaradería», como la que existe en el compañerismo de un club o una logia cuyos miembros, por muy diversos, están unidos por unos valores comunes y una sensación de experiencia compartida. Sin embargo, los intereses comunes no constituyen un campo de juego equilibrado y no deberían interpretarse como la exigencia de unas condiciones de vida equiparables.
George Otis Smith: Nevada. Granite Range Sheet, 1914. US Geological Survey, Carson City, EE.UU.
Empecé mi carrera en el desierto durmiendo fuera de casa, al socaire de un camión. El año siguiente saqué una tienda de campaña para dos, de poca altura, en que descansaban mis pertenencias y un saco de dormir. Tras unos cuantos años, a este arreglo le sucedió una serie de autocaravanas feísimas. Finalmente compré mi caravana actual; a pesar de haber sido golpeada por ocho inviernos en el desierto, sigue siendo bastante elegante y más hermética que una lata de atún. Es un hogar distinguido. A veces lo describo, medio en broma, como la supervivencia superior. Registro mi historia de movilidad ascendente porque no creo que esta historia sea única. Cuidar de nuestro hogar es una eterna aspiración humana. Lo que convierte a una casa en un hogar son sus comodidades, y todo el mundo debería tener derecho a hacer mejoras en su vivienda.
En medio de la actual controversia sobre los recintos Plug&Play, se ha hablado mucho de igualdad, pero en mi opinión gran parte de las discusiones yerran en el objetivo. Si analizamos los Diez Principios de Burning Man, no encontraremos una igualdad radical, porque nuestra ciudad siempre ha sido un lugar donde viejos y jóvenes, ricos y pobres, pueden vivir y tener intereses comunes. La palabra que lo define es «camaradería», como la que existe en el compañerismo de un club o una logia cuyos miembros, por muy diversos, están unidos por unos valores afines y una sensación de experiencia compartida. Sin embargo, los intereses comunes no constituyen un campo de juego equilibrado y no deberían interpretarse como la exigencia de unas condiciones de vida equiparables.
Sarah Bartell: House Rules, Burning Man, 2013
Duncan Rawlinson: Church Trap at Sunset Burning Man, 2013
La cuestión de la igualdad es parecida a la cuestión del impostor. No creo que haya mucha gente que quiera vivir en una ciudad que sea equivalente a un estado marxista, un lugar en el que los ojos fisgones de vecinos envidiosos nos apuntan constantemente. En lugar de eso, creo que la polémica actual sobre los recintos Plug&Play no tiene que ver tanto con la igualdad como con un concepto muy distinto, aunque relacionado: la injusticia, es decir, una sensación radical de arbitrariedad. Cada vez que a un grupo selecto se le permite acceso especial a entradas, especialmente cuando estas entradas escasean, puede surgir hostilidad. Esto pasa por partida doble si existe la sensación general de que el recinto en cuestión se salta los Diez Principios de Burning Man. Esta es la idea que ha cuajado negativamente entre la opinión pública. Es como si estos recintos se hubiesen paseado ante la cola principal de entradas para situarse a la cabeza de la fila.
Este es un privilegio que concedemos a los recintos temáticos, claro, a los artistas colaboradores y a muchos otros grupos cuasi públicos. Adopta la forma de una venta separada de entradas dirigidas. Sin embargo, la gente no se queja de esta práctica porque ahora se reconoce extensamente que estos recintos están haciendo aportaciones especiales a la vida de Black Rock City. A diferencia de los recintos Plug&Play, que equivalen a menos del uno por ciento de la población de nuestra ciudad, estos recintos activistas ayudan a tejer la cultura de nuestra ciudad. Lo consiguen haciendo regalos que van más allá de la llamada del deber.
De ahí que la mejor reforma que podamos introducir sea dejar de situar a estos recintos Plug&Play en una categoría que los distinga de otros. Lo hicimos de manera informal, sin pensarlo del todo, y nos disculpamos por este error. Para rectificarlo, nuestra intención ahora es lograr que esos recintos se rijan por los las normas que han regulado los recintos temáticos y los grupos con ellos relacionados. Esto significa que para poder recibir las plazas, los pases tempranos para los escenarios de los eventos o acceder a las entradas preferentes deben demostrar qué proponen dar a sus paisanos. Esto no es sólo lo justo, sino que pensamos que llevará a unos cambios más profundos y sinceros. Ningún tipo de sermón puede sustituir la experiencia inmediata, y nosotros creemos que la interacción constante puede ser el mejor maestro.
Vista aérea de Black Rock City, 2013
Esto me lleva a otro aspecto de la injusticia. ¿Es justo que Burning Man venda un número limitado de entradas más caras que proporcionan un acceso mejor al evento? Para poder responder a esa pregunta adecuadamente contaré primero una pequeña anécdota. Como todo el mundo ya parece saber, en 2012 Burning Man atravesó una crisis. Ese año la demanda de entradas superó la oferta en una proporción de 3 a 1, aproximadamente. Al mismo tiempo, la Oficina de Gestión Territorial, nuestros caseros federales, impuso duros límites al crecimiento de nuestra ciudad. Fue la tormenta perfecta, y muchos compradores de entradas, largo tiempo acostumbrados a acceder libremente al evento, reaccionaron con cólera. La gente quería una comodidad que se llama entrada, y a lo largo de un período de varias semanas, todo sentimiento de solidaridad y camaradería se esfumó… ¡era como una revuelta en unas rebajas! Mucha gente propuso ideas para resolver el problema, pero daba la sensación de que estas soluciones se habían creado para asegurarse de que tendrían su entrada. Entre acusaciones y chivos expiatorios, hasta los campistas temáticos fueron denunciados como una élite privilegiada.
Para ser honestos, me parece evidente que nada de esto habría pasado si Burning Man no fuese más que un acontecimiento de consumo. Las emociones que para mucha gente están vinculadas a este tema son el resultado de un compromiso profundo con una experiencia que les ha cambiado la vida. Pero ahora, al igual que durante el gran furor de las entradas, pasa lo mismo. Ahora se dice que los ricos —que nos imaginamos como los del uno por ciento y los aburguesados que se están apropiando de los Estados Unidos— están humillando y oprimiendo de manera activa a los ciudadanos de a pie, y que los organizadores de eventos, motivados por la avaricia, están traicionando sus principios. Se afirma incluso, de manera disparatada, que estamos especulando con nuestras propias entradas. Semejante relato tiene todas las ventajas del melodrama, pero la historia real, especialmente en lo que se refiere al dinero, es muy distinta.
Hemos estado vendiendo un número limitado de entradas más caras por orden de llegada desde el año 2008. En 2014, 3113 de estas entradas, valoradas en 650$, fueron vendidas dentro de nuestro programa de venta anticipada. La ventaja para el consumidor era que así podía pedir cuatro entradas a la vez —el doble del número de entradas asignadas a los compradores de las entradas valoradas en 380$ en nuestra venta principal—. Sin duda era un caso de trato preferente y, a simple vista, parece que se trataba del tipo de injusticia que ha indignado a la gente. Pero el misterio de nuestro motivo queda revelado por otra estadística. En el año 2014 vendimos 4422 entradas regulares valoradas en 190$, número que supera el de las entradas más caras vendidas gracias al programa de venta anticipada. Cogimos el dinero de los ricos y subvencionamos a los pobres, y eso nos parecía justo.
Black Rock City, Burning Man, 2013
Black Rock City, Burning Man, 2013
Este relato de cómo fluye el dinero en nuestra organización tiene también otra dimensión. En 2014 los propietarios del evento Burning Man transfirieron sus acciones a una corporación sin ánimo de lucro llamada «Proyecto Burning Man», y el evento encaja ahora en esta nueva organización como una filial totalmente participada. El objetivo del proyecto es difundir nuestra cultura por el mundo. El objetivo es, como mínimo, ambicioso, y toda empresa que empieza necesita dinero. A lo largo de tres años, Burning Man ha gastado bastante para poder crear esta nueva organización sin ánimo de lucro y financiar sus operaciones. Es decir, el evento Burning Man ha sido el principal contribuyente al proyecto.
Esperamos que dentro de poco el Proyecto Burning Man sea totalmente autosuficiente: el pequeño tren que podía ya no puede arrastrar más vagones. Pero hasta que llegue ese momento, una parte de nuestras ventas de entradas seguirá beneficiando al Proyecto Burning Man. Desde el año 2012, cuando las entradas empezaron a convertirse en un producto escaso, ha habido gente que se ha obsesionado tanto con colarse por la rendija que conduce a Black Rock City que ha perdido la noción de una perspectiva más amplia. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, dando dinero al Proyecto Burning Man es una manera de lograr que miles de personas, que quizá no vendrían nunca a Black Rock City, participen en la cultura Burning Man.
Zonotopia & Quasicrystalline Conjunction, Burning Man, 2013
Coyote by Bryan Tedrick, Burning Man, 2013
Y esto me lleva a analizar una última idea que ha estado en juego durante toda esta polémica sobre los recintos Plug&Play: la idea de que estos recintos han cometido un gran acto de crueldad. A eso se le llama iniquidad. Efectivamente, algunos destacados recintos de Black Rock City han practicado lo que yo llamo cultura de conserje y han dado muchos pasos en falso. Han desplegado coches artísticos de uso exclusivo para miembros, se han retirado de los barrios circundantes, y parece ser que algunos de estos recintos han colocado guardias de seguridad en las entradas. En otras palabras, han envuelto a sus miembros en una especie de capa protectora que tiene toda la pinta de ser una comunidad cerrada.
Este tipo de comportamiento sin duda constituye una afrenta a nuestra cultura, aunque me cuesta creer que haya obstaculizado o herido a alguien. Es imposible que la mirada cortante de las celebridades y la presencia intimidatoria de los ricos limiten la participación del 99 por ciento de ciudadanos restante. En mi opinión, lo que realmente caracteriza a estos recintos es la rudeza. Esto no es tanto una cuestión de moral como de modales, y estamos convencidos de que los malos modales pueden ser corregidos; podemos regular el uso de coches artísticos, podemos establecer directrices para los fundadores y productores de recintos Plug&Play y podemos hacer un esfuerzo sistemático por monitorizar el resultado de estos cambios. Cualquiera que conozca nuestra historia debe saber que no es la primera vez que hacemos algo así. En 1997 promulgamos reformas que regulaban el acceso al evento, eliminamos el uso de las armas de fuego, instituimos límites de velocidad para los vehículos de motor, y establecimos que los coches fuesen restringidos a los lugares de acampada.
Burning Man, 2013
Y sin embargo, con todo esa cháchara sobre la regulación, espero que todo el mundo se dé cuenta de que empezamos a caminar hacia una sociedad cada vez más sujeta a normas, y ese no debería ser nuestro objetivo. Si de algo va Burning Man es de dar a los individuos la máxima libertad posible, y los críticos que reclaman medidas drásticas y punitivas actúan como si los Diez Principios fuesen los Diez Mandamientos. Pero esos principios no son en absoluto mandamientos; representan los valores que nacieron de la experiencia vivida de una comunidad, lo cual significa que tienen que ser interiorizados, deberían convertirse en una suerte de reacción instintiva en lugar de una serie de reglas literales y rígidas que nos son impuestas. Lo único que puede hacer nuestro oprimido gobierno es crear nuevos contextos sociales en los que la gente pueda conectar y descubrir que tiene intereses en común. Eso es lo que hemos hecho siempre y es lo que seguiremos haciendo en el futuro.