En 1995, Stavanger no tenía una historia que contar ni un compromiso real con la subcultura de los clubs, el graffiti y el arte urbano. Desde luego teníamos una auténtico lienzo en blanco ante nosotros, lo cual llegó a ser más una ventaja que un inconveniente, pues no existía resistencia alguna a las nuevas ideas, y en particular, al arte de la calle. A esto debo añadir que Nuart Festival fue posible gracias a nuestra pasión, a un equipo idealista, a unos honestos principios éticos y al deseo de llevar el arte a los corazones de los que normalmente no están expuestos a él. La verdad es que si cuentas con esto, lo demás llegará solo.
Thomas Kitchin: A New Map of the Northern States [detalle], 1794. Laurie&Whittle, Londres
Desde muy niño había presentado unas dotes especiales para el dibujo, y entonces, lo que auguraba ser una vida abocada al crimen, las bandas y la pobreza, encontró su refugio y eventual gracia salvadora en aquella original afinidad con el arte. Y es que, tras una década en la que había sido testigo del racismo institucional hacia mis hermanos, de ser injustamente condenado y golpeado en más de una ocasión por la policía, me había politizado y convertido en una especie de activista.
Todo esto puso en marcha una pasión de por vida dirigida a la defensa de los derechos de los desposeídos, los extranjeros y las clases bajas. Finalmente, logré escaparme a Londres para iniciar mis estudios universitarios de Bellas Artes, y mis dos principales intereses, el activismo y el arte, comenzaron a converger, a fundirse.
Manifestación contra el Poll Tax, 1990. Leeds, GB
La banda The Smiths, 1985. Salford, GB
Durante mis años universitarios llegué a participar en la floreciente escena de los clubs de la época. Promovía noches repletas de DJs y encuentros entre artistas emergentes y jóvenes productores de música electrónica. Todo esto terminó por convertirse en una residencia mensual en el ICA~Institute of Contemporary Art donde se presentaron a los nuevos músicos de la electrónica con artistas contemporáneos. Fue entonces, en 1995, cuando me invitaron a comisariar una exposición en la ciudad noruega de Stanvanger, acepté una residencia como DJ en Oslo y comenzaron los constantes desplazamientos entre Londres y Noruega. Finalmente, un año más tarde, hice un movimiento permanente y fijé mi residencia en el país nórdico. En el 2000 inauguré la primera edición del Numusic Festival —uno de los pioneros dedicados a la música electrónica—, y en 2001 nacía su hermano, el Nuart Festival.
Inicialmente, el Nuart Festival era un evento anual dedicado a las artes digitales. Por aquellos tiempos, Internet se había convertido en una nueva frontera despolitizada y una auténtica plataforma para el activismo. Sin embargo, con los años la red se convirtió en un lugar más comprometido con el estilo y la tecnología que con el contenido, con lo que en 2005, el festival pasó a poner el foco en el arte urbano, en aquel que se produce en la calle. Era donde realmente parecían estar produciéndose las expresiones más radicales del arte como protesta. Debo añadir que en 2001 había sido DJ en Cargo, el legendario club londinense, justamente cuando Banksy realizó su primera exposición: aunque tardé en desprenderme de los prejuicios adquiridos en la universidad y considerar aquello como «arte», lo cierto es que terminé por entender que aquella era la forma más pura de creación comprometida.
Entrada del club Cargo, Londres
En 1995, Stavanger no tenía una historia que contar ni un compromiso real con la subcultura de los clubs, el graffiti y el arte urbano. Desde luego teníamos un auténtico lienzo en blanco ante nosotros, lo cual llegó a ser más una ventaja que un inconveniente, pues había poca resistencia a las nuevas ideas, y en particular, al arte de la calle. Las teorías como la del Broken Window de Nueva York no eran frecuentes aquí, y el nivel de vida y el apoyo a las artes era algo que no se había experimentado hasta entonces. Más aún, el público ni tan siquiera relacionaba el arte urbano y el graffiti con el vandalismo y el pintarrajear del experimento de las «ventanas rotas». El primer contacto de los habitantes de Stavanger con ello fue el enorme mural de Blu. Ni que decir tiene que, desde el principio, el apoyo ha sido desde entonces básico en la evolución del festival, y si el público está contigo los políticos vienen detrás… ¿qué más podíamos pedir?
A esto debo añadir que Nuart Festival fue posible gracias a nuestra pasión, a un equipo idealista, a unos honestos principios éticos y al deseo de llevar el arte a los corazones de los que normalmente no están expuestos a él. La verdad es que si tienes todo esto, lo demás, con toda seguridad llegará solo.
Stavanger, Noruega
Intervención de Blu en Nuart Festival, 2010
Desde el principio, básicamente lo que hicimos fue proporcionar a los artistas urbanos una plataforma para sus ambiciones y en la que poder hacer realidad sus expresiones. Siempre dijimos que no debíamos dirigirlos, hacer eso que llaman «comisariar»; que el objetivo no era tratar de definir la cultura, sino probar a simplemente reflexionar. Esto es lo que tal vez creemos deba cambiarse desde las instituciones y administraciones públicas, especialmente ahora que parecen haberse convertido en estampas aburguesadas y turísticas. Ellas representan una pequeña parte, aunque no insignificante, de nuestra cultura, pero no más importante que una simple plantilla, pegatina, throw-up o intervención urbana. Podemos decir que Nuart Festival se centra en presentar la inmensidad y profundidad de la creatividad en la calle, por lo general no autorizada; el poder de un stencil o sticker situados en la esquina de esa calle que pueden llegar a comunicar un mensaje a menudo más necesario y relevante que un enorme mural decorativo. Si algo hacemos por los artistas y la escena en general, entonces debería decir que les proporcionamos la oportunidad de meditar sobre todo esto y, especialmente, la libertad para tomar sus propias decisiones.
Intervención de DOTDOTDOT en Nuart Festival, 2014
Siempre he dicho que habremos alcanzado nuestros objetivos no cuando la gente se diera cuenta que nos poníamos a trabajar en la calle, sino cuando se percataran de que ya no no había arte en ella. La gran tendencia que parece estar por venir anuncia que la tónica general será que los ciudadanos utilicen sus espacios públicos para dar cabida a su propia y no autorizada creatividad, de la misma manera que lo hacen los niños con tiza sobre el pavimento o los adultos a través de la red. La insidiosa privatización y el control del espacio público —tanto físico como digital— deben ser combatidos en todos los frentes y en lugar de ser complices sancionando la producción mural, deberíamos luchar activamente a través de un cuidadoso posicionamiento de voces disidentes que den lugar a una amalgama más amplia del arte de la calle.
Creo que tras más de 10 años de colocación de obras en las calles de Stavanger se generaría una auténtica indignación popular si repentinamente se decidiera que ya no se podía tener acceso a las paredes y en definitiva a las mentes de la ciudad. Me gustaría hacer un llamamiento a reconsiderar posicionamientos hacia el arte urbano y público, que por lo general, es entendido como un enorme malgasto del dinero de los contribuyentes.